
Es curioso lo fácil que nos resulta emitir un juicio sobre casi todo lo que ocurre tanto en nuestra vida como en la de los demás; bueno… sobre todo en la de los demás.
Es impresionante que sobre todo tenemos algo que decir, algo que sentenciar, algo que argumentar a favor o en contra y por supuesto algo que añadir.
Ayer hablaba del silencio, los innumerables motivos por los que una persona puede callar ante otra aquello que piensa o siente, y aunque creo que no lo comenté directamente, una de las razones por las que alguien termina callando muchas veces lo que piensa o siente, es el juicio de valor que el que escucha suele hacer sobre la situación en concreto, o sobre los sentimientos, pensamientos o actitud del que ha abierto su corazoncito y se ha desahogado.
Escuchar a alguien es difícil; escuchar a alguien no se circunscribe al hecho en sí de estar al otro lado del teléfono o sentado junto a la persona y escuchar lo que te dice, escuchar a alguien realmente va mucho más allá.
Escuchar a alguien es querer entender lo que te dice; es quitarte prejuicios o experiencias ya vividas de encima para que no te influyan en la información que te está dando; escuchar es comprender, y si no puedes, intentar hacer el esfuerzo de comprender aquello que te dicen e intentar ponerte en la piel del que te habla…
El acto de la escuchar requiere una predisposición que no todo el mundo tiene o, por supuesto, no están dispuestos a dar; no hay que oír lo que te dicen, hay que escuchar; hay que escuchar desde dentro, desde el alma.
Lo que tengo claro es que, normalmente, el que necesita ser escuchado, en realidad eso es lo único que ansía, que le escuchen; necesita poder desahogarse, poner en perspectiva quizá determinados pensamientos o sentimientos, quitarse parte del peso que tiene sobre su espalda, «confesar» ciertas cosas que le reconcomen por dentro, dar forma a la tristeza o expresar ciertos miedos; no sé, pero lo que sí sé a ciencia cierta es que nunca jamás necesita, y mucho menos quiere, ser juzgado por alguien, que aunque en un momento dado pueda tener buena intención, en realidad va a hacer más mal que bien.
Cuando uno se abre a los demás está en una posición vulnerable, o al menos así lo he vivido yo, cualquier juicio de valor o consejo no solicitado lo que me dicen es: que lo que me pasa es una tontería, que no tengo razón en sentirme así, que lo que pienso o siento es un error, que mi vida es un desastre…
Supongo que hay tantos sentimientos al respecto como estrellas en el cielo, pero sinceramente creo que ninguno positivo.
Entiendo que no hay mala intención, o al menos así debería ser, cuando se juzga o se dan consejos, pero por favor dadlos cuando se os pidan; parece ser un mal endémico pensar que porque alguien se abra a ti tú tienes la obligación de solucionar todos los problemas de su vida o dar cien mil consejos que quizá en su momento a ti te resultaron positivos; pero de verdad, si no te piden abiertamente un consejo… no lo des, solo…ESCUCHA.